Por: José Mendoza Jiménez
¡Desde luego, la aldea donde nací! Y así, después de muchos años, he vuelto al pueblo donde nací y pasé mis primeros años de vida, mi infancia, mis primeros años de escuela, mis primeras travesuras de niño. Allí, en el parque de los recuerdos, quise volver a disfrutar de las carimañolas de Isidra, pero lamentablemente, ya no estaba. Me contaron que había muerto años atrás y que del negocio de los fritos quedó encargado uno de sus hijos, pero que desafortunadamente también acababa de morir días antes de mi llegada .Las carimañolas de Isidra, eran las más exquisitas que yo había disfrutado. Tenían la especialidad del profesionalismo, de la sapiencia de quien en toda su vida no había hecho otra cosa distinta a preparar las carimañolas que me deleitaban. El caso es que allí en el parque de los recuerdos, donde de la mano de papá, muchas noches antes de irnos a dormir, disfruté de sus cuidados y de la alcahuetería que me permitía con las carimañolas de Isidra ;me encontré con el Pipe Caldera y con Fabio, y un grupo de viejos amigos de la infancia y de la escuela, de viejos compañeros con quienes jugábamos al fútbol (Fabio tenía una bicicleta, pero yo nunca le dije que me la prestara porque yo quería tener mi propia bicicleta. Y ese era el pedido al niño Dios todos los años que siempre le hacía. El 25 de diciembre, cuando me levantaba, papá me preguntaba si había encontrado el regalo del niño Dios, y yo le respondía que no. Entonces me mandaba que lo buscara en la cama, entre la sábana o debajo de la almohada. Y si, en efecto, ahí lo encontraba. Cuando los demás niños de la comarca hacían gala de sus regalos, me preguntaban qué me había regalado el niño Dios, y yo, mientras las disfrutaba, les mostraba enaltecido mis paqueticos de galletas de leche Noel. ¡qué bueno fue papá, a pesar de las precariedades siempre estuvo ahí presente, nunca nos desamparo ni de día ni de noche y eso me hacía olvidar por instantes de mi bicicleta! ).
Continuará.
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