Por José Mendoza Jiménez
2017
En las últimas semanas, el país ha vivido convulsionado con las protestas. Protestan los habitantes del Chocó en reclamo de mejoras para su región. Igualmente lo hicieron los habitantes de Buenaventura en el Valle del Cauca, haciendo sentir su malestar ante la indiferencia de la riqueza y el progreso. Los profesores también se han hecho oir ante la negligencia del gobierno que no les cumple a cabalidad con lo acordado en la protesta anterior para no volverla a repetir. Igualmente los empleados públicos de la rama de justicia y, recientemente lo hicieron los taxistas en contra de las nuevas tendencias tecnológicas como la de Uber y otras y el transporte ilegal ;impidiendo las otras opciones de transporte. Que más de un mes de cese de clases, los profesores no vean la hora de llegar a acuerdos con el ministerio de Educación, dejando a la deriva a miles de estudiantes públicos sin estudio, afectandole en el año escolar, no es de exaltar. O cuando lo hacen los empleados de la rama judicial, como haciendo innecesario el funcionamiento de ese ente por lo ineficiente, en un país hambriento de justicia eficiente.
La protesta como tal es un derecho de los ciudadanos de reclamar, de hacer ver que no se le está cumpliendo con lo que al gobierno corresponde en su gestión pública o cuando se da en el sector privado de parte del patrón. Pero también es un mecanismo de presión para lograr mejores objetivos de remuneración. Aunque se anuncian otras protestas como la de los camioneros, bueno sería entender contra quién protestamos y para qué lo hacemos. Si estamos siendo justos en nuestro pliego de peticiones contra quien protestamos y si no tienen cabida en nuestro medio aquellos que no protestan y la observan distanciados, sintiéndose representados de cierta forma con quienes pueden hacerlo para exigir mejores oportunidades para su bienestar. El mundo ha cambiado con el avance de las nuevas tecnologías y quién no se actualice y modernice corre el riesgo de quedar rezagado. El mercado también ha abierto otras posibilidades que los legales no están en condiciones de cumplir, bien porque no les interesa o porque les interesa pero no les conviene en lo económico.
La protesta como tal su fin no debe ser el de perjudicar a otros que nada tienen que ver para hacerse solos a los privilegios del mercado u obtener mayores prebendas salariales. La protesta como tal no debe desconocer el objetivo del trabajo realizado y los fines mancomunados de riqueza genera. Bloquear vías de manera indefinida, dificulta aún más la negociación y perjudica gravemente a quienes de igual forma por sus actividades y ocupaciones, no pueden participar de la protesta.
Continuará.
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